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Giacomo Puccini, heredero de la gran tradición lírica italiana, nació en Lucca el 22 de diciembre de 1858. No fue un compositor fructífero, sin contar algunas escasas piezas instrumentales y algunas obras religiosas que compuso al principio de su carrera. Únicamente doce óperas conforman su producción musical. El número parece insignificante en comparación con el de sus antecesores como, por ejemplo, Donizetti, Rossini o Verdi. Pero gracias a la belleza particular y el memorable melodismo de sus obras, se convirtió en el compositor clave del repertorio operístico y en uno de los más apreciados y aplaudidos por el público.
Su familia estaba formada por músicos y durante generaciones algunos de sus miembros fueron maestros de capilla de la Catedral de Lucca. Cuando en 1863 muere su padre Michele, el pequeño Giacomo, a pesar de que no demostraba un talento musical especial, siguió la tradición familiar y empezó a estudiar con su tío Fortunato Magi, que lo consideraba un alumno no particularmente dotado y sobre todo indisciplinado. Los biógrafos del compositor indican que a la edad de quince años, el director del Instituto de Música Pacini de Lucca, Carlo Angeloni, logró despertar en el joven un gran interés por el mundo de los sonidos. Puccini se reveló entonces como un buen pianista y organista cuya presencia se disputaban los principales salones e iglesias de la ciudad. En 1876, la audición en Pisa de la Aida de Verdi fue una auténtica revelación para Puccini. Bajo su influencia, decidió dedicar todos sus esfuerzos a la composición operística, aunque ello implicara abandonar la tradición familiar. Sus años de estudio en el Conservatorio de Milán le confirmaron esta decisión. Amilcare Ponchielli, su maestro, lo animó a componer su primera obra para la escena: Le villi, ópera de un acto estrenada en 1884 con un éxito más que apreciable. El verdadero éxito se lo trajo la inauguración de su tercera ópera, Manon Lescaut (1893). Cuentan que en el día del estreno el entusiasmado público aplaudía y gritaba tanto que el telón se levantó 50 veces. Puccini iba encontrando su propia voz y su trabajo posterior, La bohème (1896), confirmó su creciente triunfo. Durante la composición de La bohème se formó un cierto círculo de amigos alrededor del compositor que se llamaba «El Club de la Bohème». Puccini se reunía con sus compañeros por las tardes en una cabaña en el bosque y bajo la luz de la lámpara de kerosén, jugaban a las cartas o contaban historias cómicas. Allí había un piano y el dueño a menudo interpretaba algunas partes de su nueva obra y escuchaba los consejos de sus invitados. Todo iba muy bien hasta que un día empezó la temporada de caza. Siendo un cazador apasionado, Puccini desaparecía desde la mañana de la casa para ir a cazar a un lago cercano. Su esposa y el editor de la futura obra estaban preocupados porque el trabajo quedaba sin avance. Para protegerse de los reproches de estos dos, un día invitó a un joven pianista que en sus horas de ausencia tocaba en su cuarto los fragmentos de La bohème para demostrar a todos que el trabajo seguía adelante.
En 1900 vio la luz la ópera más dramática de su catálogo, Tosca, y cuatro años más tarde la exótica Madama Butterfly. En estas obras la tradición vocal italiana se integraba en un discurso musical fluido y continuo en el que se diluían las diferencias entre los distintos números de la partitura, al mismo tiempo que se hacía uso discreto de algunos temas repetidos a la manera wagneriana. Sin embargo, a pesar de su éxito tras Madama Butterfly, Puccini se vio impulsado a renovar su lenguaje musical. Con La fanciulla del West inició esta nueva etapa, caracterizada por asignar mayor importancia a la orquesta y por abrirse a armonías nuevas que revelaban el interés del compositor por la música de Debussy y Schönberg.
Puccini fue un hombre de una notable presencia. Sus galantes modales, su orgullosamente levantada cabeza, sus lindos ojos, su ondulado pelo y sus elegantes bigotes no dejaban indiferente a ninguna mujer. En el año 2008 Paolo Benvenuti realizó la película Puccini e la fanciulla, que cuenta las aventuras amorosas del compositor. Sin embargo, la nieta de Puccini, Simonetta, estaba muy indignada por el hecho de que dudosas historias como esta salían a las pantallas del cine. Ella preferiría recordar otras cosas sobre su abuelo; por ejemplo, algunas anécdotas que comprueban su buen sentido del humor:
Una vez, sentado en la butaca del teatro, dijo al oído de su amigo:
– El cantante principal es increíblemente malo. ¡Nunca en mi vida escuché algo más espantoso!
– Entonces, mejor volvemos a casa – le ofreció el amigo.
– ¡De ninguna manera! Conozco bien esta ópera: en el tercer acto la heroína debe matarlo. ¡Tengo que esperar a que llegue ese momento feliz!
Conmemorando los 150 años del nacimiento de Giacomo Puccini los músicos de todo el mundo una y otra vez se dirigen a las inolvidables obras del maestro. Hasta los famosos cineastas como Woody Allen, por ejemplo, hacen sus contribuciones al acontecimiento. Él estrenó su montaje de Gianni Schicchi, una de las tres óperas breves que conforman Il Trittico de Puccini. Un joven compositor chino, Hao Weija, hizo su versión del final de la ópera Turandot. Este hecho una vez más nos demuestra un gran amor popular hacia la música del genial Giacomo Puccini.
Revista QUID N° 19, diciembre 2008
RACHMANINOV. en el Teatro Colón
Sergei Rachmaninov (1873—1943)
En el 2013 se cumplieron los 140 años del nacimiento y los 70 años de la muerte de Sergei Rachmaninov. El Teatro Colón celebrará estos eventos con el estreno en Argentina de dos óperas del compositor.
Cuando se habla de la obra de Rachmaninov, en primer lugar se recuerdan los Conciertos para piano, pero rara vez se menciona la existencia de las óperas. El compositor compuso tres óperas en su totalidad. Dos de ellas, Aleko y Francesca da Rimini, serán presentadas en el mes de mayo en el Teatro Colón.
Rachmaninov compuso Aleko a los 19 años. Este fue su trabajo de graduación en el Conservatorio Estatal, donde estudiaba composición. El libreto de la ópera, que se basa en el poema de Aleksandr Pushkin Los gitanos, pertenece a Vladimir Nemirovich-Danchenko, el fundador del Teatro Artístico de Moscú. Es sorprendente que la composición de la obra le llevó al autor solamente 17 días. Los profesores del comité examinador calificaron a Aleko con la nota más alta, agregándole un signo «más». La obra atrajo la atención de Piotr Ilyich Tchaikovski, quien participó activamente en su futura producción. Uno de los destacados intérpretes del Aleko fue el flamante bajo ruso Fiódor Chaliapin, amigo de Rachmaninov.
En el otoño de 1904, ocho años después de su graduación, Rachmaninov fue nombrado director artístico del Teatro Bolshoi. Esta actividad duró dos temporadas y coincidió con la composición de otras dos óperas del compositor: El caballero Avaro y Francesca da Rimini. El libreto de la última fue escrito por Modest Tchaikovski, el hermano del gran compositor, y encarna la historia de amor narrada por Dante en la Divina Comedia. El estreno de Francesca tuvo lugar en enero de 1906, y fue dirigida por Rachmaninov mismo.
La idea de presentar las óperas de Rachmaninov en el Teatro Colón pertenece a Ira Levin, músico de Chicago, reconocido por su versatilidad como director de repertorios sinfónicos y operísticos. Ira Levin comentó durante nuestro encuentro: «Es muy valorable que el Teatro Colón esté dispuesto a ofrecerle al público los tesoros del género operístico que no son muy difundidos. Este año interpretaremos a Rachmaninov; para el próximo estamos pensando en El Ángel de fuego de Sergei Prokofiev. Cuando me preguntan en qué radica mi atracción por la música rusa, contesto que es algo genético, tal vez, ya que mis abuelos provienen de Rusia. Estoy seguro de que el público disfrutará mucho de las óperas de Rachmaninov. A pesar de que Aleko es una obra temprana del compositor y en ella uno puede sentir las influencias de Músorgsky y Tchaikovski, se puede percibir la originalidad de las características musicales propias de Rachmaninov, que descubren su increíble don romántico. La música de Francesca es un ejemplo de la complejidad sinfónica que requiere de los músicos una entrega particular para transmitir el dramatismo de la ópera».
Ira Levin también le propuso al directorio del Teatro Colón invitar a cantantes rusos para realizar los papeles principales. Entre ellos se encuentran el barítono Sergei Leiferkus, la soprano Irina Oknina, el tenor Leonid Zakhozhaev y el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev.
Sergei Leiferkus, una legenda viva de la ópera, cantante principal del Teatro Mariinski y el Covent Garden, cuenta: «Como se sabe, la ópera nació en Italia y hasta hoy la ópera italiana sigue siendo la favorita. A su vez, la ópera rusa fue por mucho tiempo desconocida por el público fuera de Rusia por ser cantada en un idioma ajeno al oído. De ahí proviene un lamentable desconocimiento de los grandes cantantes rusos. Me acuerdo que cuando Plácido Domingo estaba trabajando sobre el papel de Hermann de La Dama de picas de Tchaikovski, yo le había regalado una grabación cantada por rusos. Luego de escucharla, se quedó maravillado por el canto del tenor soviético Zurab Andjaparidze: «¿¡Cómo puede ser que el mundo no conozca a grandes solistas como él!?». Espero que las presentes funciones de las óperas de Rachmaninov despierten un mayor interés del público de Buenos Aires hacia la ópera rusa».
La soprano Irina Oknina, discípula de Galina Vishnevskaia, comenta que a pesar de los problemas económicos y sociales que existen en Argentina (habló del suceso de cuando paseando cerca de su hotel un desconocido le había arrebatado su cadenita, dejando sobre su cuello la raspadura de sus dedos), el Teatro Colón sigue siendo una isla de la gran tradición musical que permite el enriquecimiento de la cultura.
Russia Beyond the Headlines (Es)
GIOACHINO ROSSINI. Apasionado por la ópera y la gastronomía
Gioachino Rossini (1792—1868)
En el año 2012 se conmemora el 220° aniversario de Gioachino Rossini, uno de los compositores más prolíficos de la música clásica, quien, además, tuvo la fortuna de nacer un 29 de febrero. Es por eso que, desde 1792, estrictamente sólo han pasado 53 cumpleaños suyos. Entre los compositores italianos del siglo XIX, Rossini ocupa un lugar especial. No sólo revivió y reformó la ópera italiana, sino que también tuvo un enorme impacto en el desarrollo del arte operístico en toda Europa. «El Maestro Divino», lo llamaba Heinrich Heine, que veía a Rossini como «el sol italiano que difundía sus rayos sonoros por todo el mundo». Junto con Mozart y Beethoven, Rossini es uno de los compositores más conocidos por el público en general, en buena medida por el uso que se le dio a su música en el área del entretenimiento masivo. Por ejemplo, en la primera mitad del siglo XX, los principales exportadores de dibujos animados usaron su música para ambientar diferentes historietas. De ahí es que cuando uno escucha, por ejemplo, las oberturas de Guillermo Tell o de Barbero de Sevilla, casi de inmediato recuerda su infancia.
Rossini nació en Pésaro, Italia. Su padre era un cornista aficionado y fue él quien le transmitió al pequeño un gran amor por la música. Sus dotes innatas se revelaron muy pronto: a la edad de 14 años compuso su primera ópera, llamada Demetrio e Polibio, y cuando tenía 18 años se estrenó en Venecia El Contrato Matrimonial. Las óperas de la época de Nápoles, la ciudad a la que el compositor se trasladó en 1815, demostraron su creciente talento: allí fueron producidas sus óperas serias, que tenían un inmenso valor para las voces más importantes de su tiempo, tales como la de Giovanni Rubini. En 1816 fue estrenada su ópera Barbero de Sevilla, que hasta ahora se considera la más famosa de las óperas bufas.
La década de los años veinte del siglo XIX aportó a Rossini muchos momentos felices: desde contraer matrimonio con Isabella Colbran (mezzosoprano, que estrenó varias de sus óperas), hasta conseguir el reconocimiento internacional, pasando por serle ofrecido en París el puesto de primer Compositor del Rey. En 1823 se trasladó a Francia. Allí compuso una ópera que celebraba la coronación de Carlos X. En 1829 escribió Guillermo Tell, obra que definió su consagración. Curiosamente, esta fue su última ópera, aun cuando le quedaban cuatro decenas de años de vida por delante. Sigue siendo un misterio el hecho de por qué Rossini dejó de componer óperas. Son muchas las teorías que tratan de dar respuesta a esta pregunta: desde el aburrimiento hasta la falta de necesidad, dada la riqueza que ya había acumulado, pasando por problemas de salud. Pero también existe la opinión de que Rossini había dejado la música para dedicarse a su otra pasión: la gastronomía. Como anécdota y referencia al apasionamiento que en él suscitaba el tema gastronómico, se dice que en toda su vida lloró únicamente en dos ocasiones: por la muerte de su padre, y cuando se le cayó por la borda del barco un pavo trufado. Situación comprensible, si se tiene en cuenta que para Rossini la trufa era «el Mozart de las setas».
Rossini, además de haber tenido muy buen gusto por la comida, era un excelente cocinero. Le gustaba mucho cocinar, sobre todo macarrones, de los cuales era un apasionado; también lo era del paté de pollo con cangrejos a la mantequilla. Incluso, existen varias recetas que llegaron hasta nuestros días, entre ellas una receta de canelones que lleva el nombre de Rossini. Los que conocían al compositor personalmente siempre recordaban «los sábados musicales» de Rossini. Según la descripción que hizo el famoso crítico musical Filippo Filippi (1830—1887), para Rossini el sábado era un día excepcional, pues invitaba a cenar a dieciséis personas a su casa. Los invitados debían vestirse con traje de gala, mientras él usaba una zimarra (especie de sotana larga) y su corbata era sostenida con un broche de un medallón de Händel. La escrupulosidad que Rossini ponía en estas cenas se reflejaba no sólo en los platos que servía, sino también en el refinamiento de la vajilla y la decoración de la casa.
La elección de los invitados se hacía por tres motivos: en primer lugar, por tener la capacidad de divertir e interesar a Rossini; en segundo lugar, por demostrar una extrema deferencia hacia Olimpia Pélissier (la segunda esposa, con quien se casó tras la muerte de Isabella); y, en tercer lugar, por distinguirse en algún ámbito. La variedad del público estaba asegurada y por la casa pasaban muchas personas célebres: Michele Carafa, Giuseppe Verdi, el príncipe Poniatowski, Alejandro Dumas, Gustave Doré, el Barón Rothschild, el Barón Haussmann, entre otros. La señora Olimpia tenía un papel muy importante en estas cenas. Ella asistía con una gran decencia y pretendía ser honrada igual que su marido; sólo era necesario que alguno de los invitados no le devolviese un cumplido para ser borrado de la lista de la siguiente invitación. Por otra parte, Olimpia obraba como freno de la desmedida generosidad de Rossini.
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