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La vida de Busoni hizo un gran giro en 1890, cuando participó en el Primer Concurso Internacional de Pianistas y Compositores Antón Rubinstein. Cada sección fue galardonada con un premio. Ferruccio Busoni ganó el primer premio como compositor, gracias a la presentación de su Konzertstück. Según la opinión de la mayoría de los jueces, debería haber ganado también el premio como pianista. Luego de este concurso se convirtió en profesor del Conservatorio de Moscú. Tenía un gran número de discípulos y estaba obligado a enseñar treinta y cinco horas por semana. Pronto descubrió que sus ingresos no bastaban para cubrir todos los gastos, a pesar de que Gerda era una ama de casa inteligente y cuidadosa. Pronto empezó su añoranza por Hamburgo y Leipzig; en Moscú sentía que se hallaba separado de la cultura europea y solo podía esperar con ansias su gira de conciertos durante las vacaciones de Navidad.
Un miembro de la familia Steinway lo urgió desde Nueva York para que visitara los Estados Unidos. Se precipitó a estudiar inglés y decidió aceptar la invitación para ocupar un puesto de catedrático en Boston. El salario propuesto era tres veces la suma que recibía en Moscú. Había otro estímulo más por el hecho de que su viejo amigo Arthur Nikish se había establecido en Boston como director de orquesta. No obstante, tras instalarse en Estados Unidos en 1891, Busoni pudo contemplar su estancia como un periodo de transición. La carrera que buscaba desarrollar era la de un virtuoso pianista viajero. Con tal idea en mente determinó situar su hogar en Berlín. El primer gran éxito de Busoni fue en 1898, después de una serie de cuatro conciertos dados para ilustrar la historia y el desarrollo del concierto para piano. Busoni tocó los conciertos de Bach, Beethoven, Mozart, Hummel, Mendelssohn, Schumann, Chopin, Hensel, Brahms, Liszt y Rubinstein.
La energía de este hombre simplemente no tenía fronteras. A principios del siglo organizó una serie de conciertos en Berlín con el nombre de «Las tardes de orquesta» donde bajo su dirección se interpretó una gran cantidad de música contemporánea. Entre las obras se encontraban las composiciones de Elgar, Delius y Schönberg. Busoni fue promotor de la música moderna; influyó a muchos de sus alumnos y otros músicos. En su libro «Esbozo de una nueva estética musical», aclaró su filosofía sobre la música y cómo hay que hacer para alcanzar la libertad en ella. Sus composiciones para piano se consideran difíciles de interpretar debido a las demandas físicas para los ejecutantes. Cuando Busoni presentó su Concierto para piano, Op. 39, él, como Brahms, fue acusado de inmediato de haber escrito no un concierto, sino una sinfonía con piano obligado. La acusación no era injusta; de hecho, era una sinfonía en forma y proporciones y la parte de piano era tan difícil que pocos pianistas podían tocarla.
Busoni también compuso algunas óperas, entre las cuales se encuentra Doctor Fausto, la más famosa. Esta permaneció incompleta hasta el momento de su muerte, y fue completada más tarde por su alumno Philip Jarnach. Busoni fue un músico que se había adelantado a su época. Sus ideas sobre la música parecían radicales y desconcertantes para los críticos pero alentadoras para sus seguidores. Lamentablemente, Busoni se convirtió en una figura periférica en el mundo de la música después de su muerte. Pero su legado permaneció vivo a través del arte de sus alumnos: Egon Petri, Kurt Weill, Edgard Varese, Stefan Wolpe, Percy Grainger, Vladimir Vogel, Guido Guerrini y Woldemar Freeman, entre muchos otros. El Concurso Internacional Ferruccio Busoni fue instituido para conmemorar sus contribuciones al mundo de la música.
Revista QUID Nº 68, febrero 2017
FRÉDÉRIC CHOPIN. el romántico
Frédéric Chopin (1810—1849)
«Una noche del mes de mayo, la sociedad se había reunido en el salón grande. Liszt tocaba un nocturno de Chopin, y según su costumbre, lo adornaba a su manera, agregándole trinos, trémolos y calderones, que no existían en él. Chopin había dado muestras de impaciencia y le dijo a Liszt con su sentido del humor inglés:
– Te ruego, querido, que si me haces el favor de tocar un fragmento mío, toca lo que está escrito, o bien dedícate a otra música. Solo Chopin tiene derecho a cambiar a Chopin.
– ¡Y bien…Toca tú mismo! – respondió Liszt, y se puso de pie, un poco molesto.
– De buena gana – contestó Chopin.
En ese momento, apagó la lámpara una mariposa aturdida, que se quemó las alas en aquella. Alguien quiso volver a encenderla.
– ¡No! – exclamó Chopin – . Al contrario, apaguen todas las velas, me basta con el claro de luna».
Este es un fragmento del libro de Bernard Gavoty llamado Chopin, en el cual el escritor, que es un gran admirador de la música del compositor, nos cuenta acerca de la vida de un artista único, para quien el piano era un universo misterioso y un deseo mayor.
El primer contacto del compositor con la música fue muy lamentable para los padres de Frédérik: escuchó una marcha militar y se puso a llorar. Desde el comienzo de su vida rechazó la música ruidosa. Criticaba a las «fanfarrias de cobre» de su amigo Berlioz, a quien le gustaba el sonido de la orquesta sinfónica. A Chopin le impactaba la música «que habla a media voz» y por eso su legajo artístico no incluyó ni sinfonías ni óperas. Su predilección exclusiva por el piano fue única en la historia musical. A pesar de las conquistas de Beethoven a través del mismo instrumento, las obras de Chopin marcaron un antes y un después en el área del piano.
Chopin nació en 1810 en Żelazowa Wola, Polonia. Lamentablemente, no hay ningún retrato suyo de cuando era niño y tampoco comentarios acerca de su carácter en la infancia. Sólo se sabe que era de naturaleza impulsiva y emprendedora. Le gustaba hacer bromas entre sus amigos y reír sin motivos. Las primeras lecciones de piano estuvieron a cargo de su hermana mayor Ludwika. Más tarde, en 1816, pasó a manos de Wojciech Żywny. Para el cumpleaños del maestro, Frédérik le dedicó la Polonesa en La bemol mayor. Fue la primera de sus partituras. Las lecciones se terminaron en 1822. El profesor se dirigió a su discípulo con las siguientes palabras: «Yo no tengo más nada que enseñarte». Además de clases de música, el futuro compositor había recibido una muy buena educación general: hablaba fluidamente francés y alemán y con gran interés estudiaba la historia de Polonia. También sabía dibujar, y en lo que se destacaba mejor era en la caricatura. Su talento mímico era tan brillante que, con facilidad, podría haber sido un actor teatral. Aunque sus padres Nicolas Chopin y Tekla Justyna Krzyzanowska no hacían nada en especial para promover la joven carrera de Frédérik, éste se convierte rápidamente en el mimado de los salones. Se habla de él como de un segundo Mozart. Pianista nato, supera con gran facilidad las dificultades del teclado, su memoria no lo traiciona nunca y su talento para componer le permite ofrecer sus primeras obras al público a los 7 años.
Desde la infancia reveló su amor por la naturaleza de su tierra natal y por la música del pueblo. En los días de sus paseos suburbanos podía pasar un largo rato bajo la ventana de alguna casita campesina donde sonaba el canto folklórico. Sus vacaciones de 1825 las pasó en Szafarnia. Hacía numerosas excursiones y realizaba breves estancias en el campo. Le escribía a sus padres con gran placer: «El aire es fresco, el sol brilla deliciosamente y en el estanque detrás de la ventana las ranas cantan sus maravillosas canciones todas las noches». La sonoridad de su entorno se reflejó posteriormente en sus incorporables polonesas, mazurcas y valses. Pero, como les ocurre a muchos artistas, para seguir su vocación tenía que ir a conocer el mundo y hacer que el mundo lo conozca a él. Aunque, ¡qué pocas ganas tenía de esto! «Nada me atrae fuera de nuestro país», confesaba a sus amigos.
En el Conservatorio de Varsovia conoce a su primer amor, la cantante Konstancja Gladkowska. En una carta a su amigo Woyciechwsky, Chopin escribe: «Parece que ya tengo mi ideal al cual estoy sirviendo fielmente y que está siempre en mis sueños». Bajo la impresión de este sentimiento Frédérik compone una de sus más bellas canciones que se llama El deseo (Si yo brillara en el cielo como el sol). ¿De qué manera amaba Chopin a Konstancja? No como a una mujer, sino como a una sombra, o más bien como a una idea, como un pretexto para la música y la nostalgia.
Después de visitar varios países de Europa, en el otoño de 1830 se instala en París: «¡Que ciudad más curiosa! Me alegro de lo que he encontrado aquí: los primeros músicos y la primera ópera del mundo». En París va a vivir hasta el final de su vida, pero Francia nunca se convertirá en su segunda patria. Para su arte y sus afecciones siempre será polaco. Enseguida conquista París participando en numerosos conciertos con sus propias composiciones. El público parisino remarca con gran entusiasmo su increíble poética, emoción y espiritualidad. Una vez, cuando presentó sus variaciones sobre un tema de la ópera de Mozart Don Giovanni, Robert Schumann escribió en su artículo crítico: «Sáquense los gorros, estimados señores, ¡adelante suyo se encuentra un genio!». Todos estaban enamorados de Frédérik. Y solo los editores no tenían mucha prisa para publicar sus piezas. Publicaban algo, pero preferían no pagarle al autor. Por eso Chopin debió ganarse la vida dando numerosas clases de piano, entre cinco y siete horas diarias, las cuales le demandaban mucho tiempo y energía. Junto con su popularidad crece el círculo de sus nuevos amigos. Entre ellos se encuentran Adam Mickiewicz, Franz Liszt, Hector Berlioz y Eugéne Delacroix. Por muchos años articula su vida en París con la famosa novelista Georges Sand (seudónimo de Aurore Dudevant). No hay mucha información confiable acerca del asunto, por eso sólo por algunas pruebas de los amigos podemos juzgar la tempestuosa relación entre el compositor y la escritora. No todos estaban de acuerdo con la afirmación de que ella fuese su ángel guardián. En sus testimonios Franz Liszt, Woyzeck Gzhimala y Wilhelm Lenz decían que esta mujer era «una planta venenosa» que aproximó la muerte de Chopin. El famoso Vals en La menor de Chopin se convierte en el leitmotiv de la banda sonora de la película Chopin: Desire for Love, creada por el director Jerzy Antczak.
Durante los últimos años de su vida, el compositor ya no compone nada nuevo debido a su complicada salud. La enfermedad pulmonar, la ruptura con Georges Sand y la muerte de su padre agravan la situación. En una de sus últimas cartas de Londres, adonde viajó para dar algunos conciertos, escribe: «Ya no puedo ni preocuparme ni alegrarme por nada. Perdí la capacidad de sentir. Sólo espero que todo esto termine». Chopin murió el 17 de octubre de 1849. Lo enterraron en el Cementerio de Père-Lachaise en París. Según su último deseo, su corazón fue trasladado a Polonia, a la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia.
Revista QUID N° 22, junio 2009
GEORGE GERSHWIN. un hit
George Gershwin (1898—1937)
A principios del año 1892, Morris Gershovitz llegaba al puerto de Nueva York, сon la idea de comenzar una nueva vida y reencontrarse con Rose Bruskin, a quien conocía desde su natal San Petersburgo. El 21 de julio de 1895, la pareja se casó. Rose y Morris se instalaron en un pequeño apartamento en la esquina de las calles Hester y Eldridge. El 26 de septiembre de 1898, Rose dio a luz a su segundo hijo, Jacob, al que el mundo entero conoce como George Gershwin, un clásico del siglo XX y el rey de los musicales de Broadway y Hollywood.
George creció en la calle y era un muy mal alumno. «Señor, ¿qué va a pasar con este chico?», exclamaba con desesperación su padre. Todo cambió de repente, cuando un día se encontraba jugando en el patio de la escuela y escuchó la música de un violín que lo hechizó. Era el joven Maxie Rosenzweig, que estaba ensayando la Humoresque de Dvořák. Lo esperó en la puerta una hora y media, aunque llovía y tenía frío. Pero Rosenzweig salió por otra puerta. Entonces, George averiguó su dirección y se presentó en su casa. Ellos se hicieron amigos. «Max me introdujo en el mundo de la música», recordaba el compositor. En la casa de Rosenzweig, George aprendió a tocar el piano, recogiendo canciones populares de oído. Sus padres varias veces intentaban reclutar profesores para él, pero entre ellos nunca se instalaron buenas relaciones, por eso Gershwin permaneció como autodidacta. A los 15 años encontró un trabajo de pianista-acompañante en la editorial Remick y Kº. En 1918, introdujo su primer musical en Broadway. A pesar de que el asunto terminó en un fracaso, el joven no se desanimó; al contrario, comenzó a mandar más y más obras a los productores de Broadway. Finalmente, en 1924 tuvo suerte: su musical Lady, Be Good se convirtió en un verdadero éxito de Broadway; la canción The Man I Love de esta obra se considera la mejor balada de amor del siglo XX. El musical Lady, Be Good y Rhapsody in Blue le aportaron a Gershwin fama y mucho dinero, que le permitieron a su familia mudarse de un distrito provincial a su propio edificio de cinco pisos en 103-Street y a George realizar un viaje por Europa. En París conoció a Igor Stravinski, al que trataba de persuadir para darle algunas lecciones de composición.
– ¿Pero para qué quiere estudiar usted si ya es famoso? ¿Cuánto dinero ganó el año pasado?
– Doscientos mil dólares – contestó Gershwin.
– ¡Increíble! – exclamó Stravinski‒. Entonces, ¡yo tendría que tomar lecciones de usted!
Después de su viaje por Europa, Gershwin regresó con un bosquejo del poema sinfónico Un Americano en París. La película con el mismo nombre sigue siendo una de las mejores cinco primeras comedias musicales de todos los tiempos, con otro hit, la canción The Foggy Day. En 1925 arribó su otra composición famosa, el Concierto para piano en Fa. Gershwin era un hombre alegre, amoroso, frívolo y, además, un brillante narrador. Por supuesto, no puede dejar de mencionarse que era un Don Juan. Sus romances con la actriz Paulette Goddard, la francesa Simone Simon y la bella bailarina Margaret Manners fueron los principales temas de los chismes de la época. No obstante, a Gershwin no le gustaba ninguna mujer hasta tal punto como para casarse con ella. Su viejo amigo Oscar Levant dijo una vez: «Escucha, George, si tuvieras que empezar una vida desde cero, ¿otra vez te amarías sólo a ti mismo?». A finales del siglo XX, escribió el musical Funny Face. El papel principal lo interpretó Fred Astaire. En 1957, el director de cine Stanley Donen filmó la película Funny Face, donde la compañera de Fred Astaire era Audrey Hepburn.
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